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"Rápidamente fue interrumpido por el archimago:

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- Emperador, se lo repito nuevamente, hay asuntos que no pueden esperar sus últimas pinceladas, requieren de su inmediata decisión y acción. Su primer ministro ha manejado los problemas con completa negligencia. Si lo hubiera relevado del cargo y dejado al consejo como responsable, ahora no tendríamos esos problemas, y podría usted continuar tranquilamente sus…ejem…actividades. -

 

Cómo lo detestaba. No había nadie en todo el imperio, su imperio, que lo tratara con tanta falta de respeto. Hasta los reyes enemigos le tenían respeto, o por lo menos temor. Era el hombre más poderoso del mundo conocido, y sin embargo, el hechicero real lo trataba como un chiquillo cualquiera. ¡Cuánto lo odiaba! Quizás lo que más le daba rabia era que un hombre tan poderoso como él no pudiera deshacerse de Hafnar, el gran archimago de la corte imperial.

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- Está bien, real consejero, veamos los detalles por los cuales te haces problemas. - contestó claramente molesto el emperador".

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"Cuando los morenos jóvenes se acercaron, vieron que se trataba de una hoja de palmera enterrada en la arena. El guía intentó tirar de ella, pero no pudo sacarla. Al cavar se dio cuenta que, no es que estuviera atascada, sino que estaba unida a un tronco que bajaba verticalmente entre la arena. Besjhan Al-Mormandi se apuró en ayudar a cavar. Sus ojos no deban crédito a lo que veía. Estaban desenterrando una palmera vertical completa, con tronco, hojas e incluso dátiles. Eso significaba que no hace mucho esa palmera había estado plantada sobre la tierra y no cubierta bajo ella. Siguieron desenterrando la palmera durante un buen tiempo para estar seguros de lo que veían era cierto.

 

                  Se encontraban enfrascados en ese trabajo, cuando los exploradores dejaron de sentir el ardiente sol del atardecer que solía corroer la piel. Al guía, la repentina sombra le pareció extraña, porque no había visto ninguna nube en el horizonte. Entonces levantó la vista y se quedó completamente helado.

 

                  Por su parte Wahid sintió que la arena escurría a su alrededor, empujada por una leve y refrescante brisa. Unos instantes después, esa arena ya le llegaba al rostro. Cuando miró hacia el norte para ver lo que pasaba, solo atinó a exclamar:

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                  - ¡Que el Dios Ramos nos libre! -

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                  Ahí fue cuando Besjhan detuvo su excavación y se unió a sus compañeros. Los exploradores estaban acostumbrados a las tormentas de arena del desierto, sabían cómo protegerse de ellas. Pero, lo que estaba viendo era por un lado espeluznante, y por otro algo sencillamente asombroso. Frente a ellos avanzaba un muro de arena gigantesco de cientos a miles de metros de altura. Era como si el desierto completo se estuviera movilizando. Las arenas lo estaban cubriendo todo a su camino: oasis, senderos, poblados. Los rumores eran ciertos. La desolación del norte se movilizaba hacia el reino de su padre, hacia el reino de Nam-Dolid. Y ellos estaban en medio de su avance, mirando boquiabiertos la arena que comenzaba a azotar sus asustados rostros".

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"Eso ya había sido hace casi dos años, y el orco Crumuk no había encontrado manera de recuperar el honor ni la vitalidad del clan que seguía su camino a la extinción.

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Estando en medio de esos tristes recuerdos y pensamientos, sus músculos desarrollados por los años de trabajo forzado, se tensaron repentinamente. Los tambores de la vanguardia habían comenzado a sonar. Finalmente el ejército de Dajark estaba llegando a la legendaria ciudad de Kor-en-vec, la más grande, asombrosa y poderosa de Vergüin. Tenía entendido de que no habría combates, sin embargo, en Vergüin uno nunca podía estar del todo seguro. En todo caso, el nerviosismo de Crumuk no era por la posibilidad de combate. Él no tenía miedo, solamente muchísima curiosidad. Era la primera vez que vería una ciudad de verdad. Había visto impresionantes fortalezas, pequeñas aldeas, extensas minas o asombrosos campamentos gigantes como Gurgol, pero nunca una ciudad como Kor-en-vec. Seguramente a la distancia ya se divisaba la magnífica ciudad. Desgraciadamente, frente a él solo podía ver la monótona y horrible espalda del orco que lo precedía. Crumuk no pudo aguantar la tentación de ver la ciudad desde otra perspectiva, aunque recibiera una seguidilla de latigazos".

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Como si el clima hubiera estado leyendo el desánimo del grupo, repentinamente se despejó completamente la densa neblina, dejando que el radiante sol alumbrara los nevados picos de los empinados, hermosos e imponentes montes Xaedrob. Justo sobre el grupo de aventureros, patrullaban cinco mantarayas voladoras grises gigantes con abdomen amarillo, montadas por tropas elite del imperio. Fue demasiado imprevisto el encuentro como para alcanzar a esconderse en un bosque aledaño. Los enemigos los habían visto y se dirigían velozmente hacia ellos. Gritaron una sola vez una orden de advertencia que se detuvieran. Al ver que los mercenarios y magos, desobedeciendo la orden, intentaban igualmente acercarse a la protección del bosque, las aladas mantarayas se lanzaron en picada al ataque. 

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A los pies de la fortaleza, la visión del valle también era impresionante. Miles de tiendas, carpas y todo tipo de tejidos de diferentes colores, formas y tamaños se arremolinaban sin ningún orden, creando un complejo laberinto de improvisadas viviendas de orcos, goblins, ogros, mercenarios humanos y todo tipo de extrañas criaturas. No se veían muchas construcciones de piedra en el valle. Todo parecía improvisado, como que si hace un par de años no hubiera habido nada más que la fortaleza carmesí. Lo increíble era que decenas de caravanas, como la de ellos, seguían arribando al valle y muchos nuevos clanes de orcos iban colocando sus carpas en la periferia de la improvisada ciudad. Un extraño montículo parecía marcar el centro de la ciudad del señor de Thamok.

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